Solo
el hecho de marcarte 6 horas de guagua desde Ourzazate hasta el punto de
salida, este año cerca de Merzouga, ya hace que llegues cansado, pero al menos
ese día y el siguiente vives a costa de la organización, pero hay que ser listo,
es cuando debes hacer los últimos ajustes, no solo en el peso de la mochila,
sino saber si debes tener más ropa de abrigo, revisar la comida, en fin 48
horas de ajuste, de estar al loro de lo que hablan los veteranos para saber si
puedes mejorar algo. En serio, en ese día y el siguiente pesamos la mochila
unas 10 veces, buscando bajar los gramos que fueran con tal de que la mochila
pesara cada vez menos.
Lo
mejor de estos dos días, la comida, desayuno, almuerzo y cena de lujo, de gran
calidad, y con la cantidad que quisieras, en medio del desierto no lo olvides,
pero Marathon des Sables es una ciudad en movimiento durante esta semana.
En
el segundo día nos permitimos la licencia de salir a trotar 30-40 minutos, para
soltar las piernas, y darnos cuenta que la altitud a la que estábamos, unos 600
metros, era algo con lo que no contábamos, pero de resto se parecía mucho a las
zonas donde habíamos entrenado, o esa pensábamos. Pasamos el control de
material, donde dejas atrás todo lo que no vas a usar y te quedas con lo
imprescindible, con lo que vas a vivir los próximos 7 días.
Y
llego el primer día, 10 de abril. Ya al despertar tienes que empezar a valerte
por ti mismo, desayuno entre risas, nervios de camino a la salida, donde ya
empieza el habitual recital de la organización, felicitar cumpleaños, briefing
del día y suena Hayway to Hell de ACDC, y ahora sí que los nervios afloran en
forma de gritos, saltos y a correr. Y tras los primeros kilómetros de llano que
parece mantequilla, entramos en las dunas, y el desierto te pone en tu sitio. Las
dunas eran increíbles, enormes, nada comparado a donde habíamos entrenado.
Y
si tras 15 kilómetros de dunas ya te duelen las piernas, después del primer
Check Point, el viento hizo acto de presencia, de frente para hacerlo todo más
complicado, unido a empezar a pagar la inexperiencia y cometer errores con lo
que llevas en la mochila. En conversaciones siempre se dice que por un familiar
uno haría lo imposible. Pero hay que verse en esta situación, solo queda
sentirse orgulloso de lo que haces, y de los huevos que le echo Edu para salir
de un gran agujero. Para eso estamos los hermanos, no lo digo solo por mí, sino
por el otro, Luis.
Y
acabo el primer día, más de 7 horas de carrera, cuando pensamos hacerlo en unas
4, ja ja ja. Un día duro en la oficina. A recuperar, aprender, reflexionar y
seguir adelante.
Día
2. 41 kilómetros. Es curioso como el cuerpo y la mente se adapta a todo cuando
lo tienes claro. El Road Book ya nos decía que no había dunas, al menos no como
el primer día. Una primera parte de la etapa más cómoda, pero que marcó el
punto de inflexión de la prueba. Hablamos los tres, dejamos las cosas claras y
Edu decidía ir a su ritmo, gran decisión. Luis y yo nos íbamos por delante.
Cada
vez nos asombrábamos más con los paisajes, incluso aprovechamos para algunas
fotos y videos, no sabes cuándo vas a volver, pero sabes que vas a volver. Ves
a niños en medio de la nada, que te ayudan a subir una pequeña cuesta con una
fuerza bestial, y no creo que tuvieran más de 6 años, al menos lo parecían.
Y
cuando te das cuenta llegas a meta, esta vez primero Luis, luego yo, y Edu al
rato. Y otra vez a tirarse en la haima, disfrutar de la convivencia al ir conociendo un poco más a los compañeros, seguir tomando decisiones de lo
que sigue, no paras.
Día
3. 34 kilómetros. El destape. Con todos asumiendo su papel, tener la menta tan
clara permite que tu cuerpo fluya aún más. No nos engañemos, también están los
entrenamientos, el sacrificio continuo que siempre lleva a la mejora.
Nos
dimos cuenta que podíamos ir cada vez más rápido, dosificando las fuerzas, sabiendo
que nos quedaba un mundo por delante, pero siendo consciente que podíamos ir
cada vez a mejor. Las dos zonas de dunas que atravesamos en esta etapa parecían
paraísos al lado de las del primer día. Lagos secos enormes, pequeños collados
que te hacían sentir el rey de la montaña, conversaciones sobre todo mientras trotábamos
a más de 45º, es todo surrealista, pero real, y divertido. Es más, un
pensamiento recurrente que tengo desde que llegué, y que oí a un competidor
colombiano, “estoy mejor aquí que en la oficina”.
Los
10 últimos kilómetros fueron el destape. Luis y yo nos pusimos a hacer relevos,
medidos según las balizas, a buen ritmo, adelantando, intuyendo por donde deberíamos
ir para ir más cómodo, no más rápido, pero si mejor, sin gastar más fuerzas. Y cuando
nos dimos cuenta estábamos en los últimos kilómetros y de repente aparecen
fuerzas, sabes de donde porque sabes que las tienes, y aprietas tanto por bajar
de las 6 horas, que dejas atrás todo, solo oyes gritos de fuerza y ánimo de una
persona que ha cambiado mi mentalidad competitiva, Luis Mirabal.
Y
el abrazo en meta y con tan poca gente por las haimas te hace sentirte bien.
Genial. Con mucha fuerza, y solo quieres que llegue el próximo día. Y si le
unes que Edu aparece un par de horas después, contento de empezar a encontrar
su ritmo, su sitio y en buena compañía.
Tercer
día, meridiano de la prueba, y con 112 kilómetros en las piernas, ves la vida
de otro color. Y quieres más. Y vas a ir a más. Ese es el cambio.
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